la megalópolis de Internet necesita la escala humana de los barrios
El uso de la metáfora de la ciudad para visualizar la Red es tentador.
Todo lo que encontramos en una gran ciudad
lo podemos hallar también en el mundo virtual de la Red.
Bibliotecas, bancos, cines, tiendas, escuelas y universidades, administraciones...
lugares de libre acceso
y lugares de entrada previo pago.
Calles por donde transita la gente,
parques y plazas donde se encuentra y conversa,
y lugares de privacidad,
como las viviendas,
en donde lo que haces no lo muestras públicamente,
y lo proteges bajo llave.
Ha habido, como en la ciudad,
una intensa migración
(aquí no del mundo rural al urbano,
sino del analógico al digital),
y sigue el movimiento.
Es normal que en la Red
mucha gente se encuentre igual que cuando se llega a una gran ciudad:
desorientada y recelosa;
estimulada por tantas ofertas en ella contenidas,
pero a la vez con el vértigo de un espacio urbano inabarcable.
Hay lugares acogedores y confiables,
y calles poco recomendables.
Y es natural también
que se cuide de los niños,
que salen acompañados,
y haya preocupación por adónde van los adolescentes.
Los potentes buscadores en Internet
son como el servicio de transporte urbano,
que si lo sustenta una buena red
puede llevar a la persona a cualquier punto de la ciudad.
Pero el habitante de la gran ciudad
se encontrará plenamente instalado
cuando sienta que la ha acomodado a su escala.
Esa es la función del barrio.
La persona tiene a su alcance lo que regular y frecuentemente necesita,
y es reconocida por el vecindario.
La Red tiene abierto este proceso para que la megalópolis no engulla al ciudadano.
Que pudiendo llegar a cualquier lugar de la inmensa ciudad,
se tenga un entorno cotidiano próximo,
reconocible, manejable.
Y este proceso marcará los próximos pasos evolutivos de la Red.
Para ello hay que aceptar tener una imagen especular,
cada vez más fiel,
al otro lado de la pantalla.
De tal manera que cuando se entre,
sea reconocido y se cree el entorno adecuado
en donde se muestre lo que necesita,
y nada más que eso,
sin que por ello se le prive de llegar a cualquier otro punto.
Sólo con esta evolución de la Red,
basada en la especularidad http://bit.ly/lVaiYo,
no presentará serias disfunciones en un futuro muy próximo.
Y OTRA
La perturbación por el desdoblamiento que supone la imagen fotográfica,
es la misma que la que ha provocado la imagen del espejo
o el reflejo en la superficie del agua.
Y que ha alimentado tantas historias y tantos temores.
¿Qué me quita la imagen?
¿Qué pierdo?
Ahora nos ponemos además de delante de un espejo o de una cámara
ante una pantalla electrónica.
La Red a la que está conectado el ordenador
origina también un fenómeno especular:
por el momento la imagen es borrosa,
poco definida,
pero la huella de nuestra presencia ante este espejo digital que es la Red
producirá cada vez un reflejo más nítido.
La evolución de la Red la podremos escalonar con denominaciones como 2.0, 3.0...
sin embargo hay un proceso continuo marcado por su especularidad.
Es decir,
por el desdoblamiento especular de cada uno de nosotros en su imagen digital reconocible.
Estamos sólo al principio,
pero este proceso es necesario para que podamos movernos en un espacio digital
que, si sólo creciera -como lo está haciendo-
y no se conformara progresivamente a nuestra medida,
sería apabullante e intratable.
Hay personas que recelan de tal desdoblamiento,
de que aparezcan al otro lado de la pantalla
unos rasgos que permitan la identificación.
Optan también por taparse la cara.
Pero se irá debilitando esta resistencia
cuando se vaya conociendo mejor cómo funciona el espacio digital
y la lógica que sustenta la especularidad.